Por Monika Bickert, Director de Global Policy Management
En los días que siguieron a la muerte de mi esposo continué enviándole mensajes de texto. Su teléfono celular descansaba, descargado, en mi mesa de luz, a unos pocos centímetros, y yo sabía que nadie nunca leería las palabras que escribía, pero continué haciéndolo de todas maneras. Necesitaba sentir que todavía estaba conectada a él. Mientras estaba sentada en la cama enviando mensajes de texto, era consciente de que mi teléfono también guardaba fotos recientes de Phil sonriendo con nuestras hijas ,y un video de él riendo con su hermano apenas dos días antes de que lo llevé al hospital, pero no los miré. Habría sido demasiado doloroso. En cambio, continué escribiéndole, simulando que él estaba del otro lado de esos mensajes que yo le enviaba y él pronto me respondería.
Cuando perdemos a alguien que queremos, a menudo sentimos una necesidad desesperada de conectarnos con ellos de cualquier modo que sea posible. En momentos así, a veces nuestros teléfonos, internet, y las redes sociales pueden funcionar como un refugio. Podemos hablar con nuestros seres queridos –como lo hice yo– o, una vez que estamos preparados para enfrentarnos con los recuerdos, podemos perdernos entre viejos correos electrónicos, fotos, videos y publicaciones. Con una facilidad que no era posible hace 20 años, ahora podemos ver y oír a nuestros seres queridos que han fallecido, y compartir esos recuerdos con otras personas que están de duelo.
Pero, en otras ocasiones, el universo online puede aumentar aún más el dolor de perder a alguien. Las cosas que nos recuerdan a nuestros seres queridos están por todos lados, y cada recordatorio genera un nuevo reconocimiento de esa muerte. Meses después de la muerte de Phil, lloraba cada vez que recibía un correo electrónico de Amazon pidiéndole que compre su envío regular de novelas policiales de segunda mano, o un mensaje de su farmacia recordándole alegremente que su quimioterapia estaba lista para que pase a buscarla. Incluso hoy, hago una pausa cada vez que me conecto a Facebook y veo que volvió a emerger una de mis publicaciones de hace años. Me preocupa que sea una de las muchas que compartí con amigos durante la batalla de Phil contra el cáncer, detallando su progreso y deslizando nuestra fe en que continuaría superando todos los pronósticos.
Dependiendo de las circunstancias de la muerte de cada persona, esos recordatorios online pueden resultar abrumadores. Una madre que pierde a su hija víctima de violencia familiar podría sufrir mucho al conectarse y ver fotos del día de su boda. La pena de un estudiante universitario que recibe un recordatorio de cumpleaños de un compañero de habitación que se suicidó quizás sea más fuerte al pensar en todas las expresiones de amor y apoyo que su compañero recibiría si todavía viviese.
Nuestro enfoque en Facebook
Cuando alguien entra a Facebook después de perder a un ser cercano, queremos que esa persona sienta consuelo, no dolor. Es por eso que dejamos de enviar recordatorios de cumpleaños cuando nos enteramos que esa persona murió, y también intentamos ayudar a que los familiares de esa persona puedan contactarnos fácilmente.
Sin embargo, demasiado a menudo, nos resulta difícil saber qué hacer con la cuenta de alguien que falleció. ¿Qué deberíamos hacer, por ejemplo, con la cuenta de una mujer fallecida si uno de sus padres quiere eliminar la cuenta y el otro quiere preservarla como una conmemoración para amigos y familiares? ¿Cómo podemos saber qué hubiera querido la hija? ¿Y qué deberíamos hacer si alguno quiere ver los mensajes privados entre la hija y sus amigos, que todavía están vivos y no quieren que sus mensajes se hagan públicos?
Estas preguntas –cómo sopesar los intereses en disputa de aquellos que pierden a un ser querido, determinar cuáles eran los deseos de esa persona, y proteger la privacidad de terceros– han sido algunas de las más difíciles que hemos tenido que enfrentar. Aún así, estamos tratando de cumplir con nuestra parte para facilitar estas situaciones para todos.
Respetar los deseos de los fallecidos
En tanto la ley lo permita, intentamos respetar los deseos de aquellos que han fallecido. A veces, sin embargo, sencillamente no sabemos qué hubiera querido hacer una persona. Si una esposa afligida nos pide que la agreguemos como amiga al perfil de su esposo fallecido para poder ver sus fotos y publicaciones, ¿cómo podemos saber si eso es lo que su esposo hubiera querido? ¿Hay alguna razón por la que no eran amigos en Facebook? ¿Significa algo que ella le haya mandado una solicitud de amistad cuando él estaba vivo y él la haya rechazado? ¿Y si, sencillamente, la esposa nunca había entrado en Facebook hasta la muerte de su esposo?
Si no sabemos qué hubiera querido la persona fallecida, nuestro procedimiento estándar es agregar “Recordando a” en el perfil de la persona, arriba de su nombre, para aclarar que la cuenta es ahora una conmemoración, y para prevenir cualquier nuevo intento de iniciar sesión en el perfil de esa persona. Esto significa que nadie puede sumar amigos a esa cuenta, y nadie puede publicar desde ella. Una vez que hemos transformado esa cuenta en un espacio de conmemoración, cualquier cosa que suceda en el perfil queda en Facebook y es visible para la gente que ya podía verlo antes de la transformación. No eliminamos ni cambiamos nada. Es nuestra manera de respetar las elecciones que una persona hizo cuando estaba viva.
Transformar una cuenta en un espacio conmemorativo es nuestra acción por defecto, pero sabemos que hay gente que quizás no desee que su cuenta se preserve de ese modo. Tal vez prefieran que eliminemos el perfil. Reconociendo esto, le brindamos a la gente una forma de hacernos saber si desean que su cuenta sea borrada de forma permanente cuando mueran. También podremos eliminar perfiles cuando los familiares nos digan que la persona que falleció hubiera preferido que eliminemos su cuenta en lugar de volverla conmemorativa.
Otras personas quizás deseen que un amigo o familiar pueda administrar su perfil como espacio conmemorativo luego de su muerte. Por eso, en 2015 creamos la opción de que la gente pueda elegir un contacto de herencia. Un contacto de herencia es un familiar o amigo que puede administrar algunas opciones de tu cuenta si falleces, o eliminarla. Puedes otorgarle a tu contacto de herencia permiso para descargar un archivo de fotos, publicaciones e información de tu perfil que hayas compartido en Facebook, pero no podrá iniciar sesión en tu lugar ni ver tus mensajes privados. Descubre más sobre los contactos de herencia y cómo agregar uno a tu cuenta en nuestro Servicio de ayuda.
Proteger la privacidad de los deudos
Incluso en los casos en que las leyes y la intención de la persona fallecida son claras, a veces tenemos que considerar otros intereses. Por ejemplo, si un padre pierde a un hijo adolescente que se suicida, quizás quiera leer los mensajes privados de su hijo para entender qué estaba sucediendo en su vida. ¿Estaba teniendo dificultades con sus clases en la universidad? ¿Tenía problemas en una relación personal? Aunque parezca natural entregarle esos mensajes a su padre, también tenemos que considerar que la gente que intercambió esos mensajes con su hijo seguramente esperaban que sean privados.
Si bien estos casos son desgarradores, en general no podemos entregar mensajes privados de Facebook sin afectar la privacidad de otras personas. En una conversación privada entre dos personas, asumimos que ambas tenían la intención de que esos mensajes sean privados. Y aunque parezca correcto entregar mensajes privados a familiares, las leyes quizás no nos lo permitan. Las leyes de Privacidad de las Comunicaciones Electrónicas y de Comunicaciones Almacenadas, por ejemplo, nos impiden basarnos en el consenso familiar para revelar el contenido de las comunicaciones de una persona.
Todavía estamos aprendiendo
A pesar de nuestros esfuerzos por respetar los deseos de los fallecidos y sus seres queridos, seguimos encontrándonos frente a situaciones difíciles en las que terminamos decepcionando a personas.
Aún cuando conocemos perfectamente y podemos actuar de manera consistente con los deseos de las personas fallecidas y sus seres queridos, sabemos que nuestras acciones serán un consuelo muy limitado. Como he aprendido de mi propia experiencia, el dolor no disminuye ni rápida ni silenciosamente. Casi un año después de la muerte de Phil, todavía me cuesta respirar cuando veo fotos viejas en mi teléfono. Algunas de ellas, como las que tomé de Phil en el hospital cuando erróneamente creía que nos iríamos a casa al día siguiente, me siguen conmoviendo hasta las lágrimas.
Pero otras, como las que lo muestran parado orgullosamente en nuestro patio trasero junto a nuestras hijas en el Día del Padre, están empezando a hacerme sonreír de nuevo. Esos relámpagos de felicidad, por breves que sean, me demuestran que las cosas que nos hacen recordar a nuestros seres queridos no tienen por qué ser recordatorios de la pérdida. Y que, en cambio, me dan esperanza de que las redes sociales y el resto de nuestro universo online pueden, en lugar de provocar dolor, a la larga aliviar nuestra pena.